09/07/2017
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.
Konstantino Kabaphes
Ya París, no es París, se notará tu ausencia. En la mañana del 6 de julio falleció Hugo Moreno compañero y amigo, miembro del Comité de Redacción de Sin Permiso. El próximo martes, a las 3 pm. su compañera Marie-Christine, sus hijos Aurélien y Violaine, su nieto Maël y los amigos residentes en París lo despedirán en Père-Lachaise. Nos queda el recuerdo de un navegante revolucionario y socialista que recaló allí y que su presencia era una posta segura, afectuosa, generosa para perseguidos de todas partes. Ya fuesen refugiados de las dictaduras latinoamericanas, griegos, árabes, argelinos en particular, o antillanos, encontraban en Hugo un baquiano experto que ayudaba a sobrellevar los exilios y a conocer los secretos de París. Con Hugo se podía caminar la ciudad mientras se charlaba sobre los temas de actualidad, pero él iba deslizando sin jactancia lo que encerraba ese empedrado, esos edificios, esa plaza, ese museo, para el París del Siglo XIX, “cuando era la capital del mundo”, como le gustaba decir. “Aquí estaba la barricada de la rue de la Chapelle durante la Commune (1871)”, mientras seguíamos comentando la entrada de Jaruzelski en Polonia o los problemas de los sandinistas. “Por aquí le gustaba andar a Walter Benjamín”, afirmaba entusiasta – como si él mismo lo descubriera en ese instante – mientras paseábamos por la galería Vivienne. “En este lugar estaba emplazado el parque de artillería de Thiers” deslizaba al pasar, cuando en Montmartre discurríamos sobre temas más cercanos. Hugo disfrutaba contando esas historias de “los mundos desaparecidos” como los llamó Víctor Serge; pero no vivía encerrado en la nostalgia de los viejos restaurantes y paseos, tan especiales en París. Él disfrutaba cada vez que caminaba la ciudad, pero sobre todo de la gente. Conocía a muchos y muchos lo conocían a él y los presentaba cordialmente. Tenía el mismo gesto ya sea para académicos distinguidos, como frente a un laureado escritor, el mozo del restaurante, el librero o el panadero. Siempre un trato fraternal, animoso. No hacía falta pedirle una sonrisa para la foto porque siempre sonreía.
Hugo Moreno nació en Córdoba el 29 de septiembre de 1943. Al cursar la secundaria, Argentina bullía en luchas estudiantiles y obreras. Córdoba, que había prendido la mecha de la Reforma Universitaria en 1918, rebrotaba en 1958. Se trataba de un movimiento reformista radicalizado, en defensa de la escuela laica, que más adelante confluyó con la ola de la Revolución Cubana, dando origen a una generación que se propuso sepultar a las direcciones tradicionales de la izquierda, comunistas y socialistas. A su vez Córdoba, sede de la industria dinámica, venía acunando una joven clase obrera, que entraba en colisión con los marcos burocráticos del sindicalismo peronista del 45. En ese clima, Hugo comenzó su travesía en el trotskismo. De Córdoba pasó a Santa Fe, donde se buscaba desarrollar una tarea política en el importante núcleo ferroviario de Laguna Paiva. Tiempos difíciles para actividades poco saludables, en un país donde la vida social, política y cultural se degradaba. En esas aguas turbulentas, con frecuentes tifones, le tocó a Hugo buscar el rumbo y anotar en la bitácora más derrotas de las que se esperaban.
1970 fue un momento en que los militares, que habían asaltado el poder en Brasil en 1964, reforzaron los dispositivos de la represión. Comenzaron a trascender mundialmente torturas salvajes que llevaban a la muerte a cientos de opositores. Entre los numerosos asesinados por la tortura – o desaparecidos – figuran Aybirê Ferreira de Sá, Olavo Hanssen, compañeros de Hugo. En julio, llegó a San Pablo en misión solidaria y cayó en la trampa de los represores. Hasta hoy, los pocos sobrevivientes de esa trágica experiencia recuerdan la entereza de Hugo frente a las brutalidades a las que fue sometido y la fraternidad con sus compañeros de prisión. Una página de su vida – que como suele acontecer con los sufrientes –que no gustaba recordar ni escribir. De Brasil es deportado a la “Revolución Argentina”, la de Onganía, Levingston y Lanusse, un lugar poco confortable para alguien que había sido secuestrado por los dictadores brasileños.
Salvadas las dificultades de su vuelta, la breve primavera que se abrió con el triunfo electoral de Héctor Cámpora el 11 de marzo de 1973, fue momento propicio para casualidades y rectificación de rumbos. Entonces Hugo se reencuentra con su amigo y maestro, el historiador Alberto J. Pla, al tiempo que por cuerda separada toma contacto con Michel Raptis (Pablo) el legendario – tan querido como atacado – reorganizador de la IV Internacional tras la muerte de Trotsky.
La aparición de la Triple A en Argentina y la revolución de los claveles en Portugal se conjugan para el desembarco definitivo de Hugo en el viejo continente. Fortalece, en efecto, el vínculo con Michel Pablo, militando con la pasión acostumbrada en la TMRI (tendencia marxista revolucionaria internacional), que publicaba la revista Sous le drapeau du socialismo. La apuesta de Pablo de radicalizar la revolución en Portugal no se concreta y hay que partir hacia París para sostener la ayuda a los miles de refugiados que llegan desde los cuatro puntos cardinales, chilenos, argentinos y uruguayos entre los más numerosos. Allí estará Hugo Moreno. No habrá manifestación de protesta o denuncia contra alguna dictadura, en la que no esté involucrado.
Como el bien y el mal juegan carrera, los tiempos de Europa eran interesantes. La Revolución de los claveles trajo una bocanada de aire fresco, mientras la barbarie se enseñoreaba en América Latina. Se extinguía, con los últimos suspiros de Franco, una de las dictaduras más crueles del Siglo XX. El último reducto del fascismo duro y puro. En mayo de 1981, François Mitterrand es electo presidente de Francia apoyado por un frente de izquierda, con un programa que hoy ni la ultraizquierda sostiene. La Grecia de los coroneles griegos había dejado de existir, volvió la república. Desde la Europa Oriental se escuchaban voces de una disidencia al stalinismo. Promesas ciertas de un “socialismo con rostro humano”. Eran instantes en que la izquierda radical tenía un protagonismo, político y organizativo, que pocas veces tuvo. París vale como lugar para vivir y luchar. También compiten y se entrelazan los debates de ideas, la literatura, el teatro y cine procedentes de Italia, de Barcelona y de Madrid.
En 1984 ingresa Hugo como docente investigador a la Universidad París 8 (también llamada la Université de Vincennes à Saint-Denis), un sitio donde a diario se cruzaban personajes, hombres y mujeres, con cabeza crujiente y – por lo menos hasta ese tiempo – poco engreídos.
A Hugo lo podíamos encontrar en una manifestación donde estaban Julio Cortázar, Osvaldo Soriano y tantos otros amigos y exiliados de Uruguay, Brasil y Chile, como en un café charlando con Juan Gelman, asistiendo a una conferencia de Ernest Mandel o en una reunión con Pablo y defendiendo una huelga obrera. Había muchas polémicas, pero más esperanza.
Como docente, Hugo Moreno fue apreciado por aquellos que asistieron a sus cursos. Lograba transmitir, además de conocimientos, bibliografía, método de investigación, la experiencia de los concreto. Varias veces recibimos en Buenos Aires a muchos de ellos, en los que había despertado la curiosidad por tal o cual suceso. Han sido señales enviadas al espacio o mensajes encerrados en una botella y tirados al mar. Lo que algunos sabían, otros intuían, tal vez para otros haya pasado sin saber que el maestro conectaba y explicaba no solamente sus lecturas cuidadosas y actualizadas, sino aquello aprendido en el empedrado, en horas de pescante, como recita el tango. Porque hablar de Hugo es también hablar de los que fueron sus maestros, amigos y compañeros de tertulias. No sólo de Pablo, también de Gilbert Marquis, Denis Berger, Michel Fernández, Maurice Najman, Henri Benoits, Jean-Marie Vincent…una lista imposible de reproducir aquí. Había una época en que, si pasabas un miércoles o viernes por el restaurante Djamila, en Saint-Denis, podías encontrarte con una gran mesa de no menos de diez comensales, entre los que destacaba la cabezota blanca de Hugo y su tonada cordobesa. Todos interesantes, todos para una antología.
La presentación de Sin Permiso, en la Casa América de Madrid, en noviembre de 2007, demostró lo que se ha dicho sobre uno de los nuestros. Después de muchos años, en varios de los que participaron de ese memorable encuentro, fue una grata sorpresa ver ahí a Hugo. Amigos de años, como Jordi Dauder expresaron la doble alegría de que un nuevo proyecto volviera a convocarlos.
Hasta cuando ya había comenzado a debilitar sus fuerzas el cáncer que finalmente lo derribó, Hugo estaba en la primera línea de la manifestación contra la Ley Khomri. Sus artículos, en Sin Permiso, sobre las vicisitudes de Francia y Europa durante esta última década constituyen parte de su legado.
En nuestra última conversación telefónica, cuando ya me dijo que advertía el final, sin encontrar palabras para una respuesta coherente, le suelto una frase a modo de despedida: Hugo, ya sabes que aquí no se rinde nadie. Alcancé a percibir una sonrisa y escuché: “seguro”.
* Carlos Abel Suárez, Miembro del comité de redacción de Sin Permiso